En un lugar de la Mancha, cuyo nombre no quiero acordarme, no hace mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en cobertizo, escudo antiguo, caballo flaco y galgo corredor. Una olla de carne, a veces salpicón, duelo y quebrantos los sábados, lento los viernes, algún torpe de añadidura los domingos. El resto de ella concluían una casaca de vigilante, medias gruesas para las fiestas, con sus zapatillas, y los días de entresemana se honraba con su sombrero de lo más fino. Era así como vivía el hidalgo.
miércoles, 13 de agosto de 2008
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